Sienten culpa, vergüenza y desvalimiento.
Tienen miedo de las consecuencias que sus palabras puedan ocasionar en el agresor y su familia.
Callan por temor a ser acusados de complicidad y complacencia con el abuso sexual que padecieron.
Evitan ser estigmatizados y rechazados.
Carecen de interlocutores válidos dispuestos a
creer en sus palabras.
Reciben amenazas de daño físico o de muerte.
Pueden tener un vínculo emocional con el abusador.